FOTOGRAFÍA: Felipe Rodríguez - Fundación Gaia Amazonas
La fragmentación y destrucción de los hábitats amazónicos conlleva a ecosistemas menos resilientes y con menor capacidad para regular ciclos vitales como el del oxígeno, el agua dulce y la regulación del clima global, imprescindibles para la vida en el planeta.
La Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG), y la Alianza NorAmazónica (ANA) presentan un primer análisis sobre el estado de la conectividad ecológica de la Amazonia en los 9 países amazónicos entre 1985 y 2022.
La Amazonía llega en su estado más vulnerable a la COP16. El 23% de la Amazonía (193 millones de hectáreas) presenta una pérdida total de bosque continuo, es decir de su conectividad ecológica y un 13% adicional (108 millones de hectáreas) está en riesgo de perderla, según el último análisis sobre el estado de la conectividad ecológica en los 9 países amazónicos entre 1985 y 2022, desarrollado conjuntamente por la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) y la Alianza NorAmazónica (ANA).
La conectividad ecológica se refiere al estado de la continuidad de bosque, lo que le otorga la capacidad que tienen los ecosistemas para permitir el libre desplazamiento de los animales y de todos los flujos naturales que sostienen la vida en el planeta. Imaginemos por un momento el día a día del mono lanudo (Lagothrix lagothicha). Este primate puede viajar hasta 100 kilómetros para buscar alimento, aparearse, migrar durante las épocas de sequía o refugiarse ante incendios forestales. Mientras avanza en su ruta, permite el flujo de decenas de procesos: dispersa semillas de árboles, parásitos para la tierra, polen para las flores y atrae a depredadores que también cumplen roles indispensables en la biodiversidad. Cuando la conectividad ecológica es buena, todo fluye y los ecosistemas cumplen sus funciones manteniendo equilibrio.
“Cuando se pierden áreas de bosque u otras coberturas naturales, la conectividad ecológica se interrumpe, afectando también las zonas aledañas. Esto puede llevar al colapso de los ecosistemas, ya que se reduce la diversidad natural de especies y se restringen los complejos procesos que ocurren en los ecosistemas no intervenidos”, explica Adriana Rojas, líder técnica de Conectividad para ANA y RAISG.
Para la especialista, al verse afectada esta condición, la Amazonía podría llegar al llamado “punto de no retorno” a una velocidad mucho mayor a la que se creía. Un límite de degradación irreversible que afectaría directamente la vida de más de 47 millones de habitantes de la Cuenca Amazónica de Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela, Guyana, Surinam y Guyana Francesa -entre ellos 410 pueblos indígenas-, así como los habitantes de las ciudades andinas que dependen de la Amazonía para el abastecimiento del agua; además de agravar la crisis climática mundial que enfrentamos.
FOTOGRAFÍA: Felipe Rodíguez l Fundación Gaia Amazonas
La conexión entre los Andes y la Amazonía corre peligro
Entre los puntos más críticos del análisis destaca el corredor andino-amazónico de Colombia, ubicado entre los Parques Nacionales Serranía de Chiribiquete y Tinigua, la Cordillera Los Picachos y Sierra de La Macarena. En solo 38 años, su conectividad ecológica se ha destruido de manera dramática. Para 1985, el 11% (más de 69 mil hectáreas) del corredor constituido entre estas áreas protegidas había perdido totalmente esta función, sin embargo, la cifra llegó a 76% (más de 477 mil hectáreas) para el año 2022. Esta situación se alcanzó debido a la deforestación por acaparamiento de tierra, que se aceleró justo después del Acuerdo de Paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC en 2016.
“Este era el punto de conexión más importante entre los Andes y la Amazonía en Colombia. Muchas especies van y vienen de ambos biomas para buscar alimento, migrar o aparearse: como los jaguares, los monos Araña y las mariposas Heliconius. Los Andes y la Amazonía son dos sistemas que se nutren mutuamente; por ello, si este corredor se pierde, es muy probable que toda la conexión entre ambos colapse y ponga en riesgo la biodiversidad, la dispersión de semillas, la polinización y el intercambio genético que comparten. Esto último ocurre, por ejemplo, cuando un animal viaja varios kilómetros buscando pareja en otras familias de su especie, para evitar la endogamia y asegurando así genes menos propensos a enfermedades”, explica Néstor Espejo, biólogo y parte del equipo técnico a cargo del estudio para ANA y RAISG.
Territorios indígenas y áreas naturales protegidas se confirman como espacios de resistencia
Otro punto preocupante es el del estado de Rondonia, en Brasil, cerca del límite con Bolivia, al sur de la Amazonía. Debido al vertiginoso cambio de uso de suelos, de bosques por pastizales para ganado, este estado pasó de tener el 15% de su territorio (más de 3 millones de hectáreas) con conectividad ecológica perdida en 1985, a presentar 49% (más de 11 millones de hectáreas) con pérdida total de esta función para el año 2022. El análisis muestra cómo décadas de deforestación han convertido a los Territorios Indígenas como Pacaas Novos y a las Áreas Naturales Protegidas (ANP) de Guaporé y el Parque Noel Kempff Mercado, en los pocos bastiones de conservación con bosques saludables que quedan en su interior.
Al igual que ocurre en el resto de la Amazonía, las ANPs y los Territorios Indígenas parecen resistir el avance de aquellas actividades humanas, que crecen desbordadamente. Sin embargo, están quedando atrapadas en medio de un mar de amenazas para la biodiversidad y la vida de las comunidades ancestrales, como la agricultura de monocultivo, la ganadería a gran escala, la minería, la tala ilegal, el narcotráfico e incluso la apropiación de sus tierras con documentos falsos. De hecho, en el caso de Rondonia, algunas de estas actividades ya han ingresado a sus ANPs, como la Reserva Jaru, el Bosque Nacional Jacundá y los Parques Jamani y Bom Futuro,que ya presentan un nivel de degradación y fragmentación elevada, amenazando su función de conservación y conectividad ecológica.
A pesar de los valiosos esfuerzos de conservación que hacen los pueblos indígenas y las comunidades locales, a partir de sus sistemas de conocimiento y de gestión territorial, y de la voluntad de los gobiernos al declarar áreas naturales protegidas, estos no son o serán suficientes por sí solos. Si las tendencias de deforestación en zonas aledañas continúan, estas figuras de protección terminarán aisladas”, advierte Rojas.
El conocimiento ancestral y la cooperación regional puede salvar a la Amazonía
En la COP16 de Biodiversidad en Colombia (octubre 2024) y a puertas de la COP30 de Cambio Climático en Brasil (noviembre 2025), este análisis demuestra el papel crucial de los pueblos indígenas y comunidades locales para la salvaguarda de la conectividad ecológica. En ese sentido, la Alianza NorAmazónica (ANA) y la RAISG recomiendan integrar los saberes y territorios indígenas y de comunidades tradicionales en las estrategias locales, regionales y globales para la protección de la biodiversidad, desde el ejercicio pleno de su autonomía, el reconocimiento de sus derechos y su participación en las decisiones ambientales.
Por otra parte, siendo la Amazonía un sistema interdependiente, urgen medidas articuladas entre los distintos países amazónicos para detener la deforestación y ampliar las áreas de protección y uso sostenible que mejoren las condiciones de conectividad ecológica entre áreas bien conservadas y que garantice su sostenibilidad en el largo plazo. “El avance de las actividades económicas de forma desordenada, así como el crecimiento de grupos narcotraficantes, demandan una actuación articulada y colaborativa entre los distintos gobiernos nacionales. Además de detener la destrucción, es estratégico fortalecer y ampliar las áreas naturales protegidas, territorios indígenas y otras figuras de protección y uso sostenible en una perspectiva de mantener la conectividad y la resiliencia de la Amazonía”, concluye Angélica Garcia, secretaria ejecutiva de RAISG.