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Las nubes de polvo del Sahara y los famosos ríos voladores, son ejemplo del intercambio constante entre la selva amazónica y otros ecosistemas que, aún a miles de kilómetros, nutren los suelos y regulan las lluvias del pulmón del mundo.
Una nube de color marrón cubre por estos días algunas ciudades de Centro y Suramérica. Se sabe que recorrió más de 10.000 kilómetros desde el desierto del Sahara, en África, y que contiene las concentraciones más altas de partículas de polvo reportadas en los últimos cincuenta años en la región.
Por eso, el revuelo mediático se ha concentrado particularmente en el efecto nocivo que estas partículas tienen en la calidad del aire. Sin embargo, lo extraordinario de este fenómeno, es que sucede todos los años -con algunas variables- y está relacionado de una forma directa con la Amazonía y los nutrientes que llegan para enriquecer sus suelos y la diversidad de su flora.
En la selva tropical más grande del mundo ocurren muchos fenómenos que influyen en el clima global, en el ciclo del agua y en la buena salud de otros ecosistemas de la región. Por eso, la exuberante y biodiversa Amazonía confirma cómo en el mundo natural todo está profundamente conectado y, lo que sucede en una esquina del planeta afecta todas las demás. De ahí, la urgencia de protegerla ante amenazas y presiones cada vez más latentes. Aquí te contamos algunos de ellos.
Los ríos voladores: agua que fluye por el cielo amazónico
Cada árbol es como una fuente que absorbe agua a través de sus raíces y la libera hacia la atmósfera en forma de vapor, en un proceso que se conoce como evapotranspiración. Un árbol de 20 metros de diámetro de esta selva tropical transpira hasta 1.000 litros de agua al día.
En conjunto, estos árboles liberan 20.000 millones de toneladas métricas de agua, superando incluso la producción de agua del río Amazonas – el más largo y caudaloso del mundo- que diariamente lleva 17.000 millones de toneladas de agua hacia el océano Atlántico.
Ahora, pensemos en grande. Los bosques amazónicos albergan más de 600.000 millones de árboles, y es gracias a eso cómo se crean los impresionantes “ríos voladores” o grandes flujos aéreos de agua en forma de vapor que causan lluvias a más de 3.000 kilómetros de distancia. Y que, en su recorrido, alimentan no solo a los Andes, sino a diversas regiones en Brasil, Uruguay o Argentina. Por eso, son fundamentales para el ciclo hídrico en Suramérica. Sin ella, la región sería prácticamente un desierto.
El desierto del Sahara: nutrición para los suelos amazónicos
Por más opuestos que parezcan, la selva amazónica y el desierto del Sahara se alimentan y se necesitan mutuamente. A pesar de tener climas tan extremos y condiciones de vida absolutamente diferentes, están conectados por un “río de polvo intermitente” que se extiende por 17.000 kilómetros. Estas micropartículas de polvo son ricas en fósforo, un nutriente esencial para el crecimiento de las plantas que de acuerdo con la Nasa “reduce el déficit de este elemento que escasea en el bosque tropical”.
En palabras de Mayra Martínez, asesora del equipo de Sistemas de Información Geográfica (SIG) de la Fundación Gaia Amazonas, “este, junto con otros fenómenos atmosféricos y naturales, permiten que la selva sea frondosa”. El 15% del polvo que sale del Sahara, equivalente en toneladas al peso de 700.000 camiones, llega a la Amazonía cada año.
Es decir que la selva tropical más grande del mundo, recibe 27.7 millones de toneladas de estas partículas. ¿Cómo lo sabemos? Desde el 2006, investigadores de la Nasa estudian el funcionamiento de este río y cómo se vería afectado con la crisis climática. El satélite Calipso (Cloud-Aerosol Lidar and Infrared Pathfinder Satellite observation), creado ese mismo año, sigue de forma permanente el rastro de polvo que viaja entre África y Suramérica y permite tener este tipo de información, además de analizar el impacto que podría tener el polvo en un futuro de mayores variaciones climáticas.
¿Por qué lo notamos en algunas ciudades este año?
No podemos olvidar que los fenómenos atmosféricos pueden tener comportamientos ciclicos y de fácil percepción, como los vientos fuertes de agosto que se registran todos los años en Bogotá, o presentar variables y particularidades en sus periodos de retorno como los periodos de sequía extrema, o los fenómenos del niño y la niña. Aunque las arenas del Sahara llegan cada año, en el tiempo reciente no se había registrado una nube tan grande y densa, la cual se ha sentido con especial fuerza en esta región por ser parte de la zona de convergencia intertropical generada por las condiciones de verano en el hemisferio norte y la confluencia de los vientos alisios que soplan del noreste y el sureste del continente Ciudades como Bogotá y Medellín, por ejemplo, reportan mayor cantidad de material particulado por estos días (mezcla de partículas sólidas y líquidas que pueden contener cenizas, polvo, hollín y metales pesados, entre otras) que resulta contaminante y afecta especialmente a personas con problemas respiratorios. Por eso, el uso de tapabocas y gafas protectoras es aún más necesario. Por ahora, las partículas de polvo seguirán nutriendo los bosques amazónicos y alimentando la gran diversidad que hace de la Amazonía una región que conecta al mundo. Explora más contenidos relacionados con el Día de los Bosques Tropicales con el hashtag: #SomosBosqueTropical en nuestras redes sociales.
Fuentes: Nasa / SIG- Fundación Gaia Amazonas / Charla TED: Antonio Donato / Yale environment